Hooolaaaaa. ¡¡Feliz año a todos!! :D Como es la primera entrada del año, pues qué menos que desearos que lo paséis genial y que alcancéis todas vuestras metas ^^
Esta vez vuelvo con algo rescatado del baúl de los recuerdos. Hubo una temporada en la que escribía cosas cortas, nada de historias largas, y he aprovechado para pegar un vistazo a ver si había algo potable. Algo he encontrado, creo. Puede que os encontréis con el viejo baúl alguna vez más. Yo os lo dejo a ver qué os parece ^^
Sentía como cada lágrima, una tras otra, resbalaba por su joven y liso rostro tras haber invadido ya sus ojos, esos ojos que habían visto demasiado para la edad de esa chica. Las lágrimas seguían un recorrido no marcado, un recorrido que gritaba libertad. Todas llegaban a un mismo final, un papel, el papel donde nuestra chica escribía algo. Unos versos de amor, una carta con noticias o una nota con tintes de tragedia, que era de lo que verdaderamente se trataba. Desolador pero cierto, amargo pero irreversible. No había escapatoria. Como un callejón sin salida. Como un animal enjaulado al que se le escapa la vida. Veía como todos, sus pocos seres queridos, habían ido cayendo pero no se podía evitar. Ya no soportaba tanta pena. La angustia consumía su alma, y su mente y su cuerpo estaban en las puertas de seguir el mismo destino. Pero algo ocurrió. La chica soltó la pluma en el acto al sobresaltarse.
Era un rayo. Sonó cerca. Pensó que su fin se adelantaría, pero no. Se levantó de la silla donde escribía sus líneas y comprobó que no era nada importante, así que cogió de nuevo la pluma, con su estilo característico, y se dispuso a seguir con su tarea. Pero algo se lo impidió. Quizá el miedo, quizá la cobardía, o, quizá, simplemente el arrepentimiento provocado por algún tipo de pensamiento.
Su mente había retrocedido de las puertas del abismo, tan sólo para revivir un bonito recuerdo. No era poca cosa, puesto que este último hecho podía haber salvado a la chica. Ese recuerdo milagroso había tenido lugar hacía diez años, cuando su abuela aún vivía.
Nos situamos en una pequeña casa de campo, totalmente aislada, durante una noche de tormenta. La chica estaba asustada, como cualquier otra persona de tan corta edad al escuchar tales estruendos. Su abuela, al verla tan indefensa, creyó conveniente ayudar a que su fobia disminuyera, o incluso desapareciera. Así que le contó la verdad. La verdad para una niña pequeña e ignorante, claro está.
"Los rayos vienen para guiarnos, cariño. Nos guían cuando estamos perdidos y sin rumbo. Quizá no nos indiquen el rumbo a seguir, ni nos señalen dónde hemos de llegar, pero no dudes de que te ayudarán. El motivo es sencillo. Esos destellos seguidos de grandes estruendos son, en realidad, nuestros seres más queridos, los que nos dejaron hace tiempo. Por eso mismo no debes asustarte. Todos los rayos son personas, y a todas las personas las conoces. La luz pertenece a su espíritu, que cuando se materializa y adopta su antigua forma, se comprime, creando una pequeña explosión. En cuanto al ruido... Es una forma de avisar de que ya están aquí, listos para ser tu apoyo y hacerte saber que no están dispuestos a irse fácilmente, no hasta que se aseguren de que tú estás bien, con los ánimos y energías suficientes para emprender un nuevo viaje o seguir con el anterior, hablando siempre de un camino válido. No pueden permitir dejarte caer y no intentar salvarte.
Eso es, mi vida, el origen de los rayos."
Con este recuerdo que posiblemente careciera de importancia, nuestra chica comenzó a sentir otra vez, a oír su corazón latir de nuevo. Increíble pero cierto, dulce a la vez que orientador. Ella se paró a pensar en lo que iba a hacer. Al retomar aquel recuerdo sonrió. Qué historia tan tonta le habían contado. ¿Cómo iba a poder suceder algo así? Pero la sonrisa seguía en su cara, se había instalado temporalmente allí. No era consciente de ello, pero lo sabía. Sabía que había elegido un mal camino y su abuela había vuelto para advertírselo.
"Nieta mía, ¿pero qué ibas a hacer? No vengas a hacerme compañía, aún no. Este es un sitio frío, oscuro, sin alegría... Y ya sabes lo poco que te gusta a ti el invierno. No vengas, quédate ahí. Yo he estado y estaré siempre contigo. Has visto que he vuelto y no dejaré que tomes un mal camino. Vive, cariño, vive intensamente y disfruta."
Nuestra chica no pudo evitar sonreír aún más y, como si de un acto reflejo se tratara, secó sus lágrimas, destrozando así los caminos húmedos de su cara. Pluma en mano, se dispuso a seguir escribiendo tras tachar las palabras del papel y romperlo en mil trocitos.
"Gracias, abuela, por haberme salvado. Te lo agradezco muchísimo. Te quiero."