viernes, 27 de noviembre de 2015

Una buena compañía

Muyyyyyyy buenas a todos y todas ^^
Esta entrada que os dejo tiene cierta relación con la anterior. No es continuación, ni la historia tiene que ver en sí, pero también se me ocurrió en clase y bueno, no sé si lo dije, pero puede que os aguarden más entradas de este tipo ^^ Esta me ha costado un poco más que la otra, pero la he hecho con tanto amor como de costumbre :3
Espero que os guste ^^



- ¿Sabes que hoy estrenan la última película de Los Juegos del Hambre?
- ¿De verdad? No lo sabía, ¿quieres que vayamos?
- En absoluto, el cine ahora está muy caro y no vale la pena acudir a la sala. Además, hay mucha gente, y a mí las multitudes...
- Vamos, mujer, invito yo.
- Ja, ja, ja, ja, ja, no me hagas reír.
Al escuchar la carcajada, la gente se giró. Se quedó mirando cómo reía durante un buen rato, pero a ella pareció no importarle.
- Venga, vámonos. En esta ciudad no nos entiende nadie...
La gente seguía observando mientras caminaba.

Ya en casa, ella habló primero:
- ¿Qué te apetece cenar?
... No obtuvo contestación. Marchó en su busca pero no logró encontrar su objetivo. Fue entonces cuando recordó que se había despedido en el portal, aunque no prestara atención.

Se hizo dos huevos fritos. Cocinó como de costumbre, en el fuego pequeño de la vitrocerámica, con una sartén que parecía tener más años que ella y con tanto aceite que casi rebosaba las paredes del utensilio, ya que le gustaba freír unas pocas rebanadas de pan después de haber cocinado los huevos. Cuando acabó, se sentó en el sofá a mirar la televisión, aunque sin verla. Había cogido su chaqueta negra de estar por casa, la más calentita que tenía, y se había tapado las piernas con una manta azul oscuro. Mando en mano, hizo zapping durante unos largos 15 minutos. Después de haber pasado más de tres veces por todos los canales sin decidir dejar uno en concreto, el mando cayó de su mano derecha, impactando levemente sobre el sofá pero sin caer en el suelo. Ladeó la cabeza involuntariamente, hacia la derecha, haciéndole un breve pero intenso crujido el cuello. Se había quedado dormida.

A la mañana siguiente, se despertó todavía en el sofá, un tanto confusa por no estar en su dormitorio. Intentó recordar en qué momento había apagado la tele, pues no recordaba haberlo hecho y en ese momento se hallaba desconectada. No le dio demasiada importancia y se dirigió a la cocina a desayunar. Justo al entrar, vio que encima de la mesa estaba el desayuno. Hacía menos de 10 minutos que se había levantado y, por supuesto, ella no lo había hecho. Sabía quién había sido, enseguida pensó en...

Súbitamente, algo interrumpió sus pensamientos. Un ruido muy raro, provinente de la calle, había captado su atención. Crédulamente, se acercó. Había unos gruesos cables por fuera del inmueble.

-¡Buenos días! ¿Te vienes a desayunar?
Conocía esa voz, ilusionada buscó su origen. Cuando lo halló, contestó:
- ¿Desayunar? ¿Qué dices? Si me lo has dejado encima de la mesa de la cocina.
- Bueno, te espero aquí abajo, no te demores.

Aún en pijama, desayunó tan rápido como su inquietud y sus manos temblorosas le permitían. Normalmente se vestía antes de desayunar, pero ese día había de estar lo más presentable y elegante posible y no podía arriesgarse a que una mínima mancha apareciera en su vestuario. Era la primera vez que aparecía tan pronto y estaba enormemente ilusionada. Quería impresionar pero a la vez quería ser sutil. Quería destacar pero sin llamar la atención. Quería ser coqueta sin desentonar.

Cuando ya se hubo arreglado, salió de casa, cerró la puerta y dio tres vueltas al cerrojo. Llamó al ascensor y trató de esperarlo, pero por el ruido que le llegaba de un par de pisos por encima del suyo, lo estaban reteniendo por una conversación entre vecinos. No tenía tiempo que perder, de modo que procedió a bajar las escaleras, rápidamente, pues no queria llegar tarde a su cita.

- Estás muy guapa.
- Oh... Gracias, tú también estás muy elegante.
- Me he puesto lo primero que he visto por casa, venía con algo de prisa.

Sonrojada, empezó a caminar, rumbo oeste, para dar una vuelta por una de las calles más bonitas de la ciudad. Estaba tan emocionada que estaba ensimismada. De repente, en un descuido, ella advirtió que cruzó la calle justo en el momento en que venía un coche. Se giró cual acto reflejo y cerró los ojos de espanto. Al no escuchar ningún ruido que le hiciera sospechar que había ocurrido un accidente, se volvió para ver la situación. Con los ojos llorosos del susto, se dio cuenta de que nada había pasado, así que retomó su marcha con un semblante alegre y casi dando saltos de alegría.

- ¡Qué susto! Creí que no ibas a poder esquivar ese coche.

Entonces la gente la vio. La vio hablar sola. La vio marchar sola. La vio viviendo sola.


lunes, 2 de noviembre de 2015

¿Papá?

Muuuyyy buenas a todos y todas :D
Ya ha pasado verano y la vuelta a la rutina, como veis, se ha notado mucho. No tengo demasiado tiempo para escribir, y cuando me viene la inspiración, como de costumbre, estoy ocupada haciendo algo y no puedo plasmar mis pensamientos. Por suerte, una profesora se ha convertido en una fuente de inspiración muy potable, de hecho lo que os dejo hoy se me ocurrió por ella.
En fin, os dejo con el meollo del asunto. Sigo atendiendo sugerencias y nuevas propuestas ;) :3



- ¿Cuándo nos iremos, papá?
No obtuvo respuesta alguna. Su padre permanecía inmóvil en el sillón de la sala de estar, como cada mañana, mas aquella no era su forma habitual de actuar. Mientras Mila esperaba una respuesta, su madre la llamaba desde la cocina.
- ¡Mila, ya tienes preparado el desayuno!
Cabizbaja, sin mediar palabra, Mila salió de la sala de estar y se dirigió hacia la cocina.

Entró en la cocina. Dio siete pasos. Llegó hasta la mesa. Cogió la silla. Dio un paso hacia atrás. La apartó. Volvió sobre sus pasos. Se sentó. Sin hambre, se untó mermelada de melocotón en una tostada y le dio un mordisco. Contó los minutos que le costó tomarse la tostada, bueno, parte de ella. Once minutos. No era un tiempo muy dispar respecto a lo que le costaba habitualmente, con la excepción de que de costumbre comía tres tostadas, un tazón de café con un ligero toque de leche y a lo mejor alguna galleta. Su madre se había ido a trabajar, de manera que no le podía recriminar que apenas había nutrido su cuerpo esa mañana.

Marchó a clases ella sola, como todos los días desde hacía unas semanas. Caminó de manera firme hasta llegar a la universidad. Una vez allí, todo se desarrolló como siempre. Libros, bolígrafos, apuntes, palabras técnicas... Pero en sus pensamientos sólo hacía que darle vueltas a qué le pasaba a su padre. Cuando la profesora de la tercera clase acabó su discurso, aquella señal le sonó a Mila como un canto de sirenas. Recogió rápidamente su material, se despidió cordialmente de sus compañeras y salió disparada directa a casa.

Aquel día había tenido clase hasta tarde, de modo que cuando llegara, su madre ya estaría en casa. Y así fue. Abrió la puerta insertando una de sus llaves en la cerradura. Entabló una conversación rutinaria con su madre explicándole cómo le había ido el día, para después ir hacia su habitación a dejar su mochila. La sala de estar estaba más cerca de la entrada, de manera que Mila la vio antes de llegar a su habitación. Algo había cambiado. Se había percatado de ello sin dirigir la mirada hacia esa sala. Sólo pasando por el pasillo, ese lugar llamó su atención. Su madre se había levantado y la había seguido de lejos para ver la reacción de Mila en cuanto viera que había invertido toda la tarde en remodelar y redecorar la sala de estar. Su madre empezó a hablar mientras Mila dejaba la mochila en el pasillo, apoyada en una pared.

- ¿Qué te parece, Mila? ¿Te gusta cómo ha quedado?

Ella inspeccionó la habitación. Dio una vuelta sobre sí misma para cerciorarse de los cambios. Eran tantos que no conseguía enumerarlos.

- Pero, mamá, ¿por qué lo has hecho? No ves que pap-
- ¿Papá? Papá ya no está, Mila. ¡Papá se ha ido!
- No es cierto, está aquí con nosotras. Está en su sillón, como siempre. Míralo.

Ya llevaba varios días viendo a su padre. Siempre estaba en ese sillón que tanto adoraba. Se lo compró el día de su quincuagésimo séptimo cumpleaños. No era extraño verlo en el mismo lugar, pero su actitud estaba siendo diferente. Aún así era real. Su imagen permanecía vívida en su retina. Su cabeza gritaba de incertidumbre, pero el recuerdo acallaba esa voz. No podía hablar con nadie sobre ello, creía que todo el mundo odiaba a su padre. Así, fueron avanzando los días, hasta que, a partir del cambio de disposición de la sala de estar, la claridad del cuerpo de su padre iba siendo menor y menor, tornándose en una imagen poco nítida. Al mismo tiempo, perdía consistencia tras cada hora que pasaba. Fue adquiriendo el ligero toque de un fantasma, una presencia falsa y efímera.

El 18 de diciembre, Mila se levantó rápidamente, como si la cama contuviera llamas en su interior que la obligaban a salir de su habitación. Efectivamente, fue a ver a su padre con esa sensación de desazón. Llegó a la puerta. Apoyó su mano derecha en el marco. Su respiración se detuvo. Se tambaleó. Contuvo sus emociones. Caminó hacia el sillón. Un paso. Dos pasos. Tres pasos. Caminaba pesada, como si la gravedad ejerciera una fuerza diez veces mayor sobre ella y le costara muchísimo avanzar. Tras cada paso que daba, una lágrima empezaba a salir de sus ojos. Cuando llegó delante del sillón, su cara estaba roja, sus mejillas eran océanos de lágrimas y sus ojos irradiaban un profundo pesar. Le flaquearon las piernas, de modo que se quedó de rodillas delante del sillón. Se quedó mirándolo, ahora, vacío.

Fue entonces cuando...
- ¿Papá?
... Entendió que su padre había muerto.